domingo, 22 de marzo de 2015

El Ruiseñor


Most musical, most melancholy bird (Coleridge, The nightingale)

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¿Quién es Birdman? Michael Keaton da vida al espectáculo de lo que los filósofos contemporáneos llaman la autoaniquilación del yo. Detrás de un individuo destrozado, fragmentado que ha perdido toda conciencia de quién es, de su identidad, aparece otra identidad esencial. El no se sabe quién es pero intuye que detrás se esconde su verdadero yo en la identidad de un tiempo pasado, glorioso, que recuerda con nostalgia y de verdadera plenitud y felicidad. La identidad hecha añicos por la experiencia de la vida intenta recomponerse en un viejo marco: un héroe de comic: un hombre-pájaro. Pero la realidad es que esta identidad es tan volátil como las otras, incluso más, pues su naturaleza es, como los pájaros, y no por casualidad, aérea, voladora, frágil y huidiza como el aire, la materia de la que están hecha los sueños. El trágico final no es más que la constatación de un fracaso que no tenía alternativa. Cualquier solución, cualquier alternativa llevaban al mismo lugar, a la nada, a la disolución del propio yo, a saber que somos nadie. El tiempo de Birdman es el tiempo de Ítaca, la patria a la que Riggan quiere volver. La diferencia estriba en que mientras Ulises sí tiene una patria, la de Riggan es ficticia, es producto de la imaginación, de un deseo contradictorio, de ser algo que no se es, del autoengaño. Riggan concibe un tiempo cíclico que se repite, y por eso cunado completa el círculo, desaparece. En el éxito está su perdición. Y el fracaso, ¿le hubiera salvado?, ¿he hubera dado una nueva oportunidad de ser? Samantha, su hija, es el fracaso de los que no aceptan una sociedad construida en la insatisfacción permanente. Y precisamente ese hecho le pone en la posición de  mirar el mundo reflexivamente, con mayor autenticidad, su fragilidad es su fuerza.


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