Nuestra identidad es una construcción social y personal. Vamos eligiendo, escogiendo, probando, queriendo, rechazando, experimentando, pero los demás también nos condicionan, nos dan pistas, nos obligan. El dualismo identitario forma parte del hombre desde las primeras culturas. Aquiles era griego y eso era lo que le definía ante los otros, los que no eran griegos, pero era Áquiles ante los suyos, el de los pies ligeros. Todos tenemos una doble dimensión: la personal y la social. Habermas (La reconstrucción del materialismo histórico, 1981), dice que el núcleo de la identidad en las sociedades modernas es la nación. Uno es dónde nace, lo que vive, lo que le enseñan, y eso no lo elige. Las naciones ponen el límite de la identidad en la lengua y en el territorio. Pero uno elige aceptar o rechazar su tradición, o cambiarla por otra, somos lo que queremos, pero para ser tenemos que dejar de ser lo que hemos heredado, abandonar el territorio, convertirnos en nómadas.El nómada es una figura recurrente en la historia de la filosofía. Desde los inicios el hombre occidental se ha considardo un nómada, que vive en tierra extraña. Moisés dice: "Soy un extranjero en tierra extraña
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