miércoles, 19 de noviembre de 2014

¿Qué somos?

¿Qué somos? Morfeo le rebela a Neo que en Matrix somos una autoimagen residual, la proyección mental de nuestro yo digital. ¿Qué es un yo digital? Podemos tener claro que somos una proyección propia resultado de la visión que tenemos de nuestro propio yo, de una experiencia convertida en lenguaje. Bien, somos un yo narrativo, y ¿digital? Desgraciadamente Morfeo no nos dice nada más. Podemos entender que ese yo digital es la imagen reproducida por un medio digital: ordenador, tablet, móvil... Estos medios nos permiten no solo modificar nuestra imagen sino también crear identidades tantas veces como queramos. Neo enseguida se da cuenta: No existe ninguna
identidad. Somos fragmentos de múltiples autonarraciones. El yo se pierde, pero no por su ausencia o aniquilamiento como diría Adorno, sino por su multiplicación infinita en distintos yos. Como dice Woody a Buzz LightYear, somos un juguete y como juguetes nos podemos repetir hasta el infinito. Somos iguales y somos distintos, la identidad es un proceso de hacerse y deshacerse, de ir disolviendo nuestra individualidad en la multiplicidad de yos iguales. ¿Es esto la identidad digital? ¿O es el proceso contrario? ¿disolver el yo en múltiples identidades todas distintas? En cualquier caso hay una cosa cierta, y es que el yo no existe, al menos el yo como una esencia invariable, inalterable, inmudable que permanece siempre idéntica a sí misma. ¿Qué somos? Difícil respuesta. No podemos decir que somos algo desde la ausencia del yo, pero tampoco podemos decir que somos algo desde la existencia de un yo auténtico. Este es el misterio de "ser humano".


viernes, 24 de octubre de 2014

De zombies, fantasmas, Parmenides, Robin Hood y otros monstruos

¿Qué es un zombi? Un muerto vivo, la contradicción hecha carne putrefacta, el cuerpo sin vida. El zombi es la negación que afirma su propio no-ser.


El zombi no quiere nada, no tiene voluntad. Como negación el zombi pone en cuestión lo vivo, pues lo vivo es lo contrario e incompatible. El zombi no piensa, está en la caverna y no quiere salir de ella, es más, quiere convencer a todo el mundo para que se quede en la caverna, no para salir. Es lo contrario del prisionero de Platón.

El zombi es un monstruo, un Frankenstein posmoderno sin lógica. Es la amalgama, la confusión, la indiferenciación de todo lo que existe mediante la negación de su existencia. La manera de aceptar la diferencia es dejando de ser, solo en el no-ser es posible acabar con el deseo de ser.

Ser o no ser, esa es la cuestión. El ser afirma la lógica, la identidad. Busca separar y diferenciar, anular toda mezcla, toda confusión, producir diferencia, hacer que lo diferente siga siendo diferente para que se muestre lo simple. El ser tiene conciencia de sí y se da cuenta de la diferencia. Busca lo simple como lo idéntico porque en lo simple, en lo idéntico encuentra el sentido.

Pensar o no pensar, esa es la cuestión. El zombi no piensa y todo aquel que no piensa es zombi, está en el no-ser, instalado en la indiferencia, en la opinión, en la imposibilidad de ser, de distinguir los contrarios. El zombi no tiene sed, su cuerpo está muerto pero animado, pues carece de voluntad. El zombi no quiere ser, está vacío de alma, de espíritu, de conciencia, es decir, cultura. El ser es cuerpo vivo, cuerpo anhelante que desea, ¿qué desea? desea ser, llenarse de cultura, de espíritu. Como dice Spinoza, el hombre es un cuerpo que desea un alma. Un cuerpo anhelante que vive y sufre.

El no-ser no es la vía del conocimiento. Al ser no se llega desde el no-ser, pues sería como decir que al ladrón se le descubre siendo ladrón. Es como querer salir de la cueva de Alí Babá siendo el mismo Alí Babá.  Y esto es Robin Hood, que representa la figura del ladrón, del fuera de la ley que quiere hacer cumplir la ley. Es la máscara de la máscara, el prestidigitador, el mago que quiere cambiar una falsa realidad con trucos. El problema es: ¿se puede cambiar la realidad desde la apariencia? ¿al ladrón siendo uno mismo un ladrón? ¿Se puede llegar a la verdad desde la mentira? ¿a la belleza desde la fealdad? ¿al bien desde el mal? ¿al ser desde el no-ser?

viernes, 3 de octubre de 2014

El Filósofo

el soñador

El pensador
García Morente (en Fco Romero, introducción al libro de Max Scheler, el puesto del hombre en el cosmos) nos ha legado las tres actitudes del filósofo: la del que está sumido en un vago ensueño,el que piensa y medita profundamente, y el que medita en solidaridad y diálogo. ¿Quién es el filósofo? Un solitario que quiere comunicar. Un  meditabundo que busca al otro pero que no puede (o no quiere) salir de sí mismo. Alguien que se preocupa por el otro pero salvando su alma. Un traidor, un cobarde, un ignorante. 
    La tradición de la filosofía occidental nos ha transmitido otra imagen del filósofo. Sócrates, Tomás de Aquino, Descartes, Kant, etc ejemplos de vida dedicada al estudio y el sentido común. Personalidades fuertes, seguras, con un camino claro y trazado del que nada les desvía, ajenos a las tentaciones del mundo, solitarios retirados del mundanal ruido, soldados de la palabra. Pero, ¿quién es el filósofo? ¿es como lo pinta la tradición? Filósofo es el que piensa, ¿qué es pensar? Pensar es leer, meditar y soñar. La suma de esas tres actitudes de las que hablara Morente. Lee porque es un ignorante y lo sabe, medita porque le preocupa el hombre, todos los hombres, incluso él mismo y sueña en una vida mejor. Por ello es un traidor a la realidad, un cobarde de enfrentarse y vivir una realidad que no le gusta, un ignorante que no entiende porque la realidad es como es y no puede ser de otra manera.
El lector

domingo, 30 de marzo de 2014

Nihilismo e identidad

Sorrentino en la película "La gran belleza" cita en un momento dado un libro de Antonin Artaud titulado ¿Quién soy yo?:

¿Quién soy yo?
¿De dónde vengo?
Yo soy Antonin Artaud
Y cuando lo diga
Como sé decirlo
Inmediatamente
 Veréis mi cuerpo actual
 Volar en mil pedazos
 Y recomponerse
 De diez mil formas
  Notorias
 Un cuerpo nuevo
 Donde ya no podréis
 Jamás            
 Olvidarme.

La vaciedad del protagonista nos lleva directamente a problema de la disolución del yo que empieza en el siglo XX, y que el filósofo francés Deleuze nos ha hecho reflexionar profusamente, y se muestra en toda su crudeza en este siglo recién estrenado. El problema de la sociedad contemporánea posindustrial es la auténtica falta de ser, sustituida por una apariencia de ser que esconde solo el tener. Jep Gambardella es el típico cínico ilustrado que se jacta de su propia falta de cualquier moral o creencia. El mundo es una mentira, un teatro en el que cada uno interpreta su papel, bien o mal, y la medida de la interpretación la da el éxito social. La profundidad existencial de las perfomances que Jep tiene que cubrir mediante entrevistas para un público culto que compra la revista para la que escribe, en realidad, son propuestas incomprensibles, decididamente estúpidas que intentan comprar el aburrimiento de una clase absolutamente insensible al sufrimiento humano.

Cuando Nietzsche habla del nihilismo como la falta de valores: ambición, fuerza, generosidad, etc debía de tener en mente al tipo de gente que desfila por la película acompañando a Jep. Gente sin identidad, sin saber quiénes son, como Artaud, fragmentos que se recomponen continuamente en mil formas. Pedazos de una realidad sin sentido, sin objetivos, que buscan en el placer sensorial e intelectual algo a lo que agarrarse para soportar la soledad. 

Jep ha escrito un libro, un solo libro, con el cual ganó mucho dinero y le ha permitido entrar en los círculos sociales más exquisitos y elegantes, y vivir una vida de fiesta y despreocupación continua. Todo el mundo le pregunta por qué no ha escrito otro libro, ¿para qué? responde, no lo he necesitado para el tipo de vida que quiero llevar. ¿Quién es Jep? Como Narciso, se mira y se ve reflejado en el techo de su cuarto, como un mar encima de su cama, y lo que ve es  el rostro de Nadie.

domingo, 19 de enero de 2014

El barro de macadán

Charles Baudalaire nos cuenta en su poema "La pérdida del halo", como el poeta pierde su inoncencia en las calles de un bulevar de París. Al poeta se le cae el aura y no se molesta en agacharse para cogerla. Prefiere el anonimato que ahora le permite no llevar tal insignia o distintivo. Ahora se puede dar a los placeres mundanos sumido en el incóginito como cualquier otro mortal .
The Autumn of Central Paris por R.B. Kita

El poeta ha sido considerado tradicionalmente como un ser excepcional, alguien con alma, al quien le hablan los dioses y puede predecir el futuro y contar lo que realmente está sucediendo, desvelar la verdad que los hombres ocultan bajo el disfraz de la palabra.

Al hombre moderno le ha pasado como al poeta baudeleriano, ha perdido el alma, pero, sin embargo, no ha sido sustituida por nada. Paradójicamente, al ganar individualidad, dotarse de derechos, constituirse como persona, ha ido perdiendo su ser intimo para sustituirlo por un ser social. El hombre moderno no tiene identidad, o mejor, su identidad es, como dice Habermas, la de la nación. La identidad del yo se la ha dejado bajo las ruedas de los coches sumergida en el barro de macadán de las calles y bulevares, de los trenes y carreteras en construcción. El hombre moderno ha vendido su alma, igual que Fausto, por hacer lo que le venga en gana, pues nadie se va a enterar y menos escuchar sus gemidos de placer bajo el ruido de las máqauinas. La tragedia del hombre moderno es que no tiene identidad, pues al renunciar a la propia no ha sido sustituida por otra, sino por el anonimato. Pero a pesar de intentar ocultar su verdadero rostro en los contenedores de basura y vertederos, su verdadera faz se refleja en los charcos de las sucias y malolientes calles que dejan las obras inútiles en los barrios más pobres de las ciudades. Marx también recoge esta imagen en el manifiesto comunista: "La burguesía ha quitado su halo a toda actividad noble y digna de respeto. Ha transformado al doctor, al abogado, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia en sus más destacados asalariados". En ambos casos asistimos al drama de la secularización y deidentificación del hombre moderno.Rousseau nos avisaba, el hombre es una máscara. sólo quitandonos las máscaras podremos recuperar esa inocencia pérdida. Para Nietzsche no hay escapatoria, ni salida, ni solución, bajo la máscara, hay otra máscara y otra y otra.., no hay más que máscaras, no busquemos nada más. El halo, el alma, el yo son meras máscaras que nos hemos fabricado y creído únicas, invariables, eternas. Su realidad es bien distinta: nunca han existido, siempre han sido una invención nuestra para darnos importancia, para dotarnos de una espiritualidad que no tenemos.

Cuando Fausto grita al tiempo, ¡detente, eres tan bello! sabe que la tragedia es que nunca se llega a nada definitivo, el hombre está en continuo cambio e improvisación. Su ser es dejar de ser para devenir otro ser. Cuando se para, muere. El instante es bello, pero también es fugaz. La eternidad no es más que un momento en el movimiento del tiempo. En definitiva, está fuera del tiempo. El deseo nos dispara, nos hace ser, y las fuerzas que la modernidad pone a disposición del hombre, le hacen desear múltiples posibilidades de ser. Nuestra identidad es no tener identidad fija, la antiidentidad, el cambio permanente, ser una cosa y la contraria para devenir algo distinto. El espejo del alma nos devuelve múltiples imágenes. Nuestra esencia es de cristal.

lunes, 6 de enero de 2014

La Identidad

Henry Ford, el blade runner caza replicantes, necesitó más de 100 preguntas para detectar que Rachel era un replicante de útima generación. El test de Turing dice que la única manera de saber si tratamos con una máquina y no un humano, es a través del lenguaje.

Rachel no sabe que es una replicante. Cree que es humana y tiene un pasado, una memoria (que ha sido fabricada por sus constructores). Su identidad es una identidad falsa, pero ella no se siente robot, sino humana. Para Turing, cualquier máquina podría ser catalogada como sensible o sintiente dadas unas condiciones en las que no se sabe la condición humana o no de los interlocutores.
Otra de las pruebas tradiconales para detectar a un robot ha sido el altruísmo. Se supone que las máquinas no sienten y no son capaces de ponerse en lugar del otro, no son capaces de hacer un acto tan ilógico como ayudar a otro sin que dicha acción tenga alguna consecuencia positiva para uno mismo.En la misma película de Blade runner, el último replicante que sabe que su tiempo se acaba (pues estaba programado para ello) decide salvar la via a H. Ford y soñar o imaginar realidades distintas, cosas que no han ocurrido ni ocurrirán. Su última acción es declaradamente humana. Sabe que es un robot pero puede sentir como un humano.

Los replicantes se saben máquinas pero quieren dejar de selo, quieren ser otra cosa distinta de lo que son. Su identidad empieza por dejar de ser para ser algo distinto. Ser es querer ser. Si no hay voluntad no hay identidad. La identidad es el núcleo de la personalidad y se basa en la voluntad. El problema de la voluntad, ya lo decía kant, es que para un ser finito como el hombre es imposible saber exactamente qué es lo que quiere.¿Qué quiero? Es la pregunta fundamental de la ética.