
El zombi no quiere nada, no tiene voluntad. Como negación el zombi pone en cuestión lo vivo, pues lo vivo es lo contrario e incompatible. El zombi no piensa, está en la caverna y no quiere salir de ella, es más, quiere convencer a todo el mundo para que se quede en la caverna, no para salir. Es lo contrario del prisionero de Platón.

El zombi es un monstruo, un Frankenstein posmoderno sin lógica. Es la amalgama, la confusión, la indiferenciación de todo lo que existe mediante la negación de su existencia. La manera de aceptar la diferencia es dejando de ser, solo en el no-ser es posible acabar con el deseo de ser.
Ser o no ser, esa es la cuestión. El ser afirma la lógica, la identidad. Busca separar y diferenciar, anular toda mezcla, toda confusión, producir diferencia, hacer que lo diferente siga siendo diferente para que se muestre lo simple. El ser tiene conciencia de sí y se da cuenta de la diferencia. Busca lo simple como lo idéntico porque en lo simple, en lo idéntico encuentra el sentido.
Pensar o no pensar, esa es la cuestión. El zombi no piensa y todo aquel que no piensa es zombi, está en el no-ser, instalado en la indiferencia, en la opinión, en la imposibilidad de ser, de distinguir los contrarios. El zombi no tiene sed, su cuerpo está muerto pero animado, pues carece de voluntad. El zombi no quiere ser, está vacío de alma, de espíritu, de conciencia, es decir, cultura. El ser es cuerpo vivo, cuerpo anhelante que desea, ¿qué desea? desea ser, llenarse de cultura, de espíritu. Como dice Spinoza, el hombre es un cuerpo que desea un alma. Un cuerpo anhelante que vive y sufre.
