En la novela «El Camino» Miguel Delibes hace decir a uno de los chicos que el verdadero hombre es un hombre equilibrado, «un hombre que no pecaba ni por exceso ni por defecto, un hombre en el fiel»; y eso es precisamente Blanco, dueño de una fábrica de balanzas obsesionado con la medida justa, con el fiel de la balanza. Pero ¿quién es en realidad Blanco? ¿El empresario jefe bueno y comprensivo que trata a sus empleados como si fueran sus hijos? ¿Un filántropo dedicado y preocupado por la gente? En realidad, vamos descubriendo al verdadero Blanco en el transcurso de la película. No es lo que parece, realidad y apariencia invaden el relato de la realidad creada por la obsesión de Blanco, hasta los propios recuerdos aparecen alterados por su autobiografía. Nada es lo que parece, la verdad es una cuestión del relato que uno hace convincente para los demás, es un problema de comunicación. Blanco, el buen patrón, es el prototipo del posmodernismo, el hacedor de realidades alternativas que en el fondo esconden el interés del dinero. ¿Su mujer? Aparentemente con un papel menor, es la única que tiene los pies en la tierra, que interpreta la realidad desde los hechos, consciente de lo que representa. No le importa la justicia, ni la igualdad, pero tampoco lo disimula, simplemente la cosas son como son y nada ni nadie puede cambiarlas. Al revés que su marido, no se esconde en la hipocresía, pero acepta sin ninguna reflexión moral la injusticia de los hechos.
Magnífico Javier Bardem en un papel que lo hace perfectamente creíble. Excelentes todos los demás actores y actrices que giran alrededor aunque quedan un poco en sombra para la actuación sobresaliente de Bardem. La película toca todos los temas actuales: las relaciones laborales, el feminismo, la violencia sexual, la inmigración, la deslealtad, el adulterio. Todas tienen un pequeño momento y todas son parte del problema de la identidad que viven las sociedades tardomodernas. La fragmentación de las mismas ocurre en todos los ámbitos y apunta a lo mismo: la soledad del ser humano, la pérdida del yo, acabar con la conciencia moral que inventaron los ilustrados.
Blanco no solo es un hipócrita, termina por convertirse en un cínico, pero de la peor calaña pues ni él mismo sabe que lo es. En su realidad paralela, en su autonarración con la que se construye su personalidad, su yo, su identidad, se ve como una buena persona, un buen patrón. ¿Dónde está el límite de la inmoralidad? ¿Estamos condenados a la barbarie?